La politización de la causa animal de Corine Pelluchon

El pasado mes de enero se publicaba en castellano el libro de la pensadora francesa Corine Pelluchon, Manifiesto animalista,* que ha sido todo un éxito en su país de origen. Este libro se inscribe en una ya muy conocida tendencia que Tony Milligan ha llamado el “giro político en los derechos de los animales”. Libros como Zoópolis, una revolución animalista de Sue Donaldson y Will Kymlicka (que también ha sido publicado recientemente en castellano),** A Theory of Justice for Animals de Robert Garner, Animal Rights without Liberation de Alasdair Cochrane y Animals, Equality and Democracy de Siobhan O’Sullivan serían ejemplos de este cambio de orientación en los derechos animales. Estos autores constatan la necesidad de abordar la cuestión de los derechos animales como una cuestión política.

Pelluchon es muy clara al respecto y urde un plan para lograr que los humanos equiparemos la dignidad de los animales a la nuestra, es decir, que los protejamos como nos protegemos a nosotros, los humanos, con los derechos humanos. Para la filósofa francesa, el movimiento animalista ya ha llegado a su edad adulta, es el momento en que puede empezar sus andaduras políticas. Para reformar una sociedad debemos actuar en los siguiente tres niveles: el nivel normativo, el nivel representativo y el nivel de actuación política. El nivel normativo aporta las bases éticas y filosóficas de cada sociedad en el proceso deliberativo, bases que deberán actualizar la sociedad y establecer en la Constitución unos principios que adquieran fuerza de ley. En el proceso representativo Pelluchon propone crear una figura con poderes de parlamentario que represente los intereses animales, en definitiva, que revise que el marco normativo no vulnere los intereses animales. Sobre la actuación política, es necesario que todos los ciudadanos sean justos con los animales, incluso se podría crear un partido político que defendiera la causa animal, dice la filósofa.

La base de su razonamiento moral tiene reminiscencias del Kant de La paz perpetua, sobre todo cuando ella postula que habitar la tierra siempre comporta cohabitar con los seres vivos. Pero este no es el único argumento a favor de los deberes humanos para con los animales, porque Pelluchon toma de Derrida en L’animal que donc je suis el concepto de “una guerra de la piedad” común a todos, sea cual sea nuestro bando. Si nos encontramos entre los especistas, nuestra guerra de la piedad es más bien contra nosotros mismos; mientras que en el bando del respeto animal la guerra es entre nosotros como humanos. En definitiva, el trato que damos a los animales nos muestra más de nosotros mismos de lo que pensamos.

Aunque no debemos incurrir en el error de pensarnos exactamente iguales al animal. Porque lo que nos diferenciaría, según Pelluchon, es que el ser humano puede cambiar su grupo de pertenencia, sus congéneres. Los humanos nos sentimos parte de una comunidad mucho mayor a las pequeñas comunidades de los distintos animales. Es por esta razón que podemos entender a los animales como sujetos morales y legales. Con su escrito, Pelluchon establece que se ha abusado del argumento de los casos marginales (argumento que nos muestra que la racionalidad no es un predicado para tener derechos, tal y como sucede con las personas con diversidad funcional intelectual) en ética animal, porque, al fin, este argumento solo demuestra que la razón y el lenguaje articulado no son tan fundamentales para el concepto de ciudadanía como se creía, puesto que no todos los seres humanos podrían ser personas bajo un racionalismo muy estricto.

Pese a que nos pueda parecer que es posible equiparar algunos animales con los humanos, por razón de su inteligencia y de ser seres sintientes, esto no debería implicar que los animales fueran conciudadanos (tal y como sí que plantean Donaldson y Kymlicka). Porque para la autora, el hecho de que los humanos nos sintamos parte de una comunidad mayor que la de los animales y de que seamos capaces de proyectarnos en el tiempo y el espacio imposibilitan que el animal no humana acceda a nuestras marcas de significado, por ello existe una marca, un abismo entre lo humano y lo animal. De todos modos, que sólo los humanos sean ciudadanos no quiere decir que sólo debamos considerar como sujetos morales, legales y políticos a los humanos. ¡Los animales también tienen derechos!

La autora no niega que debamos lucha por los derechos animales, porque los animales son sujetos de dichos. Para tal finalidad elabora lo que ella considera la mejor estrategia para la consideración moral y legal de los animales como sujetos. Esta estrategia es política y consiste en buscar el consenso. Por ello Pelluchon establece cuatro casos que, aunque puedan contravenir el interés de algunos, podrían ser los primeros casos de consenso general sobre qué prácticas de la explotación animal deben abolirse. Esta primera abolición podría ser el primer paso hacia el camino de la abolición total de la explotación animal:

a) El fin de la cautividad

Pelluchon argumenta contra los delfinarios porque no es el entorno que los mamíferos acuáticos necesitan. Cuando están cautivos pierden los puntos de referencia y se vuelven agresivos. Se han dado casos en que incluso se les dan antidepresivos. Por no hablar de la vulneración que representa que sean inseminados artificialmente. La domesticación es una acción de subversión, de gran violencia, porque obliga al animal a hacer algo que no desea hacer.

El tema de los zoos es más complejo, si bien es cierto que encerrar a un animal es moralmente reprobable, no es menos cierto que depende de cuál sea la finalidad del encierro. Claro está, no sería lo mismo si fuera como medida de auto-consevación. Sin embargo, el rol de la mayoría de los zoos es el de reafirmar la superioridad humana, porque, según la autora, negarle al animal salvaje la libertad hace que nos reafirmamos más en la nuestra, que, casi en términos hegelianos, tengamos un disfrute mayor de nuestra libertad y se nos olvide sentir piedad hacia ellos.

b) La prohibición de la corrida y de los espectáculos de luchas de animales

Pelluchon hace notar que el Código penal francés condena la violencia contra animales domesticados pero que en los lugares donde las corridas son tradición no se aplica esta norma, permitiendo esta práctica como elemento cultural y artístico. También hace notar que en realidad las corridas se han considerado un arte porque se han mitificado algunas cualidades violentas de los toros que, en realidad, no se encuentran en estos mansos animales.

c) La supresión de las cacerías

Las cacerías son unas prácticas desfasadas donde o se mata violentamente al animal o se le deja malherido. Para Pelluchon, el argumento de cazar para reducir la población de ciervos es absurdo, porque el ecosistema, sin la intervención humana, ya se autorregula. Por ser una práctica desfasada, la autora, ve muy posible su desaparición.

d) La prohibición de las pieles y del foie-gras

Esta prohibición radica en que hay un gran sufrimiento por parte de unos animales por tal de obtener una utilidad que es muy discutible. Los zorros se vuelven locos encerrados en jaulas y se auto-mutilan, los mapaches y visones tampoco se encuentran bien al no poder satisfacer sus necesidades con el medio acuático. Además, por si la espera no fuera suficiente tortura, a muchos de ellos se les arrancan las pieles mientras están vivos, o se les electrocuta y se los quema por dentro. La suerte de los gansos no es muy diferente, sus hígados aumentan de tal manera que todos terminan sufriendo de esteatosis hepática, por lo que, si no mueren para el consumo, la enfermedad acaba con ellos.

Para terminar con estas prácticas, así como para ampliar la consideración moral de los animales, debemos educar y formar. Debemos incidir en lo que Pelluchon ha llamado el sustrato normativo, porque es a través de esta normatividad que se puede incidir en la política y en las instituciones, tal y como he comentado antes. De forma que debemos promover desde la más tierna edad la enseñanza, conocimiento y reconocimiento de los animales mediante clases a todos los niveles sobre los animales y la compasión que merecen.

Por último, me gustaría comentar la segunda propuesta de Pelluchon para conseguir un cambio efectivo. Para ella, el proceso de abolición de la explotación animal debe seguir los mismos pasos que Abraham Lincoln planteó para la abolición de la cruel institución de los esclavos. El planteamiento de Lincoln consistía en convencer a los sudistas de que si abandonaban las prácticas esclavistas se les compensaría pecuniariamente para que de esta forma pudieran reconvertir sus negocios sin emplear esclavos. El planteamiento de Pelluchon, de igual modo al del caso teórico de Lincoln, concedería ayudas para facilitar el tránsito a la creación de una empresa éticamente responsable con los animales. La autora hace hincapié en que los valores democráticos son fundamentales. Por ello insiste en no convertir al especista en el enemigo (tal y como Gary L. Francione también postula en su teoría abolicionista). Según parece, otorgándoseles ayudas nada hace prever que se conviertan en verdugos ni que el trato no les parezca justo.

Aunque, a mi entender, todavía queda pendiente resolver una cuestión y es si esta acción de dar ayudas monetarias no sería un factor de discriminación hacia los animalistas, hacia aquellos que habiendo visto ya el cambio y el progreso los han abrazado, aquellos que han estado luchado para proteger los intereses de los animales en un sistema que no los protege. Dado que los animalistas no habrían dispuesto de ayudas para reconvertir ni sus negocios ni sus hábitos (que, de hecho, ya estarían convertidos gracias al uso de su compasión hacia los animales). Así pues, dejo abierta esta cuestión con la siguiente pregunta: ¿Es injusta la propuesta de Pelluchon?


* Corine Pelluchon, Manifiesto animalista: Politizar la causa animal (Barcelona: Reservoir Books), 2018.

ERK25554

** Sue Donaldson y Will Kymlicka, Zoópolis, una revolución animalista (Madrid: Errata natura), 2018.

Zoopolis_web-350x524

← Entrada anterior

Entrada següent →

2 comentaris

  1. Jo faria algo semblant quan es diuen les politiques amb els animals. Les tradicions que fan patir els animals haurien de ser directament eliminade pero fer ho perquè a la gent que cuida animals tinguin interesfer be les coses i la seva responsabilitat creixi. Poder fer que els animals estiguin mes connectats amb la natura. Aquests poden tenir un espai ,com ja el tenen,propi. I si els humans ens en servim d,ells ( per cuidar seguretat cases) es podria cuidar que tinguessin mes seguretat en casos de gossos perillosos

    • Àlex Agustí Polis

      Hola, Anna,

      sobre el tema de les tradicions que no respecten els animals hi ha un article molt interessant de Paula Casal que es titula ‘Is multiculturalism bad for animals?’ (‘La multiculturalitat és dolenta per als animals?’). Hi estic d’acord amb què no perquè sigui una tradició s’ha de respectar si aquesta no és respectuosa amb els animals.

      Respecte al tema de la natura, Martha Nussbaum té una proposta molt interessant de llista competències pels animals. La idea és que el benestar es pot mesurar amb el compliment d’un llista de capacitats. Potser aquesta proposta ens ajuda a no instrumentalitzar-los tant i a cercar el seu benestar i el seu desenvolupament.

      Ben cordialment,
      Àlex

Deixa un comentari

L'adreça electrònica no es publicarà. Els camps necessaris estan marcats amb *